Tambor de Oro: una explicación, una reflexión y una disculpa

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El poco edificante espectáculo que hemos ofrecido en torno a la elección del Tambor de Oro de este año nos debe hacer reflexionar a todos. El cúmulo de actuaciones que han derivado en un resultado ya conocido no son el mejor ejemplo ni algo de lo que como ciudad nos podamos sentir orgullosos.

Como alcalde, asumo en primera persona los errores cometidos y las consecuencias acarreadas. Me produce especial tristeza por la situación en la que se ha visto envuelta una profesional de la talla de Angels Barceló, cuyo cariño por nuestra ciudad, me consta, viene de lejos. Ni ella se merece verse envuelta en una polémica como la vivida esta semana, ni nuestra ciudad debe ser protagonista de una imagen nada positiva.

Más allá de estas reflexiones, me gustaría pensar que de lo sucedido podamos extraer consecuencias que nos ayuden en el futuro. Como en la vida, de los errores se aprende y se sacan enseñanzas para no volver a repetirlos. Por ello, considero que ha llegado el momento de abrir el debate sobre la naturaleza misma del Tambor de Oro y su procedimiento de selección.

Como primera consideración, quiero recordar que la principal y máxima distinción de la ciudad según el Reglamento de Honores y Distinciones del Ayuntamiento es la Medalla de Oro de la Ciudad. Pese a lo que muchos piensan, el máximo honor que esta ciudad tiene establecido es la Medalla de Oro. A continuación, le siguen la Encomienda, la Corbata, la Medalla de Plata y Medalla al Mérito Ciudadano.

El Tambor de Oro se creó en 1967 –cumple por tanto cincuenta años-, y en su origen estaba destinado a personas no nacidas en San Sebastián y pretendía premiar la labor de promoción exterior de la ciudad. Por esta razón, en su primeros veinte años se premiaron a personalidades muy diversas: un médico aragonés, asiduo veraneante en la ciudad, el entonces alcalde de Baiona, el responsable de la iluminación de la Bahía de la Concha, embajadores, periodistas, y un largo elenco de personalidades que ayudaron a mejorar la imagen de la ciudad desde la vinculación o el amor que profesaban, o a proyectarla hacia el mundo. Eso, y no otra cosa, es lo que reconocía en sus inicios el Tambor.

En 1986 se cambiaron las bases para que un donostiarra de nacimiento pudiera recibir por vez primera esta distinción. Fue, paradojas de la vida, Iñaki Gabilondo, periodista, el primer donostiarra en tener tal honor. Seguramente a partir de este momento la naturaleza del premio comenzó a mutar, hasta convertirse en lo que, me atrevo a decir, hoy siente y vive buena parte de los y las donostiarras: un premio que la ciudad ha hecho suyo y que siente con especial cariño.

Por ello, no es anecdótico que durante tantos años la concesión del Tambor sea fuente de polémica. Lo sucedido en esta edición no puede hacernos olvidar que durante muchos años su elección se ha visto envuelta en la controversia. Lo cual es un indicador de algo. A mi juicio, lo que las sucesivas polémicas, sean ciudadanas o mediáticas, señalan es bien a las claras que existe un decalaje entre lo que la ciudad siente por el Tambor y sus premiados y lo que inspiró su creación.

El Tambor de Oro nace como un vehículo de promoción turística, pero es justo reconocer que la ciudad ha hecho de este premio algo propio y lo ha dotado de otro significado. La actividad turística ha cambiado mucho desde 1967. Personalmente, creo que después de los últimos dos años, ciudad y Ayuntamiento estamos más preocupados por crear un modelo turístico sostenible que por promocionarlo.

Cabe también hacer una lectura positiva entre el aluvión de críticas que hemos podido leer y escuchar: la gente, la ciudadanía, está comprometida en las decisiones de la ciudad. Se ha manifestado, y a sus representantes nos toca escuchar y aprender de ello.

Creo que es hora de coger al toro por los cuernos. Como alcalde, voy a proponer abrir un proceso para trabajar a lo largo de este año un nuevo reglamento para la concesión del Tambor que recoja tanto los valores que inspiren su filosofía y méritos, así como el procedimiento, de forma que la elección conjugue su naturaleza institucional con su carácter popular.

Ójala seamos capaces entre todos de dar con la fórmula para que el tan querido Tambor de Oro sea uno de los elementos de cohesión y celebración de una jornada que nuestra ciudad vive de forma tan intensa y festiva. En ello nos empeñaremos. Gora Donostia!